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SOCIAL PARQUE: EL COMIENZO
Hay un dicho popular que afirma que la escuela es el segundo hogar. Mi escuela, y mi segunda casa, fue el Club Social y Deportivo Parque. Ahí descubrí el placer de jugar al fútbol, comencé a formarme como futbolista y viví momentos inolvidables. Tanto quiero a Parque que hoy, siempre que puedo, estoy en el club dando una mano en lo que sea. Yo llegué a Parque cuando tenía 6 años. En ese momento jugaba al básquet en GEVP, que queda a sólo diez cuadras de Social Parque. El primero que empezó a jugar al fútbol en Parque fue Nico, que también practicaba básquet en GEVP como yo. A él lo llevó un amigo, se enganchó y siguió durante un tiempo haciendo fútbol y básquet. Para él era muy importante: como mi hermano es arquero, el básquet le servía muchísimo por los saltos y la coordinación de movimientos de piernas y brazos, es un deporte que te exige una gran movilidad. Un día como tantos, Nico había ido a jugar a Parque y yo lo acompañé. Uno de los entrenadores de Parque, Ramón Maddoni, me vio correr por el buffet, que está justo al lado de la cancha. Y le dijo a mi mamá que quería que yo jugara al fútbol porque le gustaba cómo corría. Yo no quería saber nada con el fútbol, nunca había agarrado una número cinco. Lo mío era el básquet, en esa época ya empezaba la escuelita y en GEVP el fútbol no existía. Cada vez que me veía, insistía en que tenía que jugar al fútbol. Tan persistente era que logró que cuando Nico iba a jugar a Parque, mi viejo lo fuera a ver con Federico, mi hermano mayor, y yo me quedaba en el auto con mi vieja, porque en el club todos se sumaban al pedido de Ramón y me torturaban con el "¿cuándo empezás?". Hasta que una vez dije "bueno, voy a ir para darles el gusto y que no me molesten más". Fue la mejor decisión que podría haber tomado. Porque el fútbol, que hasta ese momento nunca me había gustado, me atrapó. Empecé a ir a entrenar y terminé fascinado con este deporte. Cuando comencé a jugar en Parque de manera habitual, mi primer campeonato lo jugué con chicos de la categoría 79, porque mi categoría todavía no se había formado. Igualmente, a los chicos los conocía a todos porque eran del barrio, cosa que ahora se perdió un poco porque a Parque llegan chicos de todas partes. Fue una época genial. Jugábamos sin presiones por el resultado, lo único que teníamos en mente era divertirnos. Eso fue lo que me sedujo del fútbol en Parque: era como el básquet en GEVP, jugábamos en el club y después nos juntábamos para comer una pizza, jugar a otra cosa, charlar y disfrutar como cualquier grupo de amigos. En 1987, del club El Alba me pidieron prestado para un campeonato con mi categoría. Era habitual que a Parque le pidieran jugadores, porque siempre tenía los mejores. Y el club los prestaba sin problemas. Pero cuando quisieron cederme por ese torneo, se armó un lindo lío. ¿Yo, irme de Parque? Ni loco. No había manera de explicarme que eran solamente dos o tres fines de semana, lo que durara el torneo, y que después volvería a mi club. Ya Parque era un lugar donde me sentía muy cómodo y me aterraba la idea de jugar para otro club. Al final entendí. Y jugué mi primer campeonato para El Alba. No me acuerdo mucho de ese primer torneo, aunque creo que salimos campeones. Eran competencias amistosas, que se hacían los fines de semana. Desde allí, seguí jugando siempre amistosos de baby en Parque, hasta cuando se armó el equipo de la categoría 80. Los martes y jueves se los seguía reservando al básquet, pero los lunes, miércoles y viernes eran para el fútbol, que ya estaba empezando a ganar la pulseada. Mis técnicos en esos comienzos eran Ramón Maddoni y Yiyo Andretto. Jugué cinco años en la liga de baby de Capital, y las cinco veces salí campeón. Un buen promedio. En el equipo de Parque yo era siempre el capitán por una razón indiscutible: era el primero que había llegado con bastante ventaja sobre el resto. Pero en el equipo nunca hubo ningún privilegio. Cada año te tenías que ganar tu lugar, porque en todas las temporadas venía una figura de otro equipo. A mí eso no me importaba. Ya de chico pensaba cómo lo hago ahora: quiero que el equipo en el que estoy sea el mejor, no me interesa "salvarme" solo. Lo mío es tocar y armar, por eso necesito de todos, y por eso lo que me importa es servir al equipo. Así que, de chico, aprendí a adaptarme a las necesidades del equipo, y los técnicos cada año me iban moviendo de posición. Eso es lo mismo que me pasó en la Selección y en los clubes en los que he jugado: siempre tapé agujeros. Eso no es algo negativo, sino todo lo contrario: los técnicos te dicen "ojalá tuviera 20 jugadores como vos, a los que pueda meter acá y allá y que cumplan". Fui "rotando". Arranqué de medio, pero al tiempo vino el que en ese momento era el mejor medio del baby, Federico Zócoli, y yo fui de 11. Pero después vino el mejor 11, Federico Insúa, y otra vez a cambiar de posición. Me fui atrás y quedé ahí de 3. Ese fue el equipo base, el que más jugó porque ya era casi un equipo afianzado. También estaban Guillermo Hauría, Alejandro Lali y Nicolás Chiesa. Formábamos así: Hauría, Lalli por derecha, yo por izquierda, Fede Zócoli al medio, y arriba Fede Insúa y Nico Chiesa. éramos el "equipo sensación" de Parque. Los sábados, la gente llegaba al club a las dos de la tarde y se iba a las nueve de la noche, llena de fútbol. Yo no me di cuenta de lo que generábamos hasta que conocí a un señor que no era ni familiar ni amigo de ninguno de nosotros, pero igual se hizo hincha de Parque y nos seguía a todos lados. A veces, hasta llevaba una filmadora para registrar nuestros partidos. Aunque no haya pasado tanto tiempo, ésa fue una época del baby fútbol totalmente distinta a la que se ve ahora: nosotros generalmente ganábamos todo, y jugando cómo se debe, no ganando por ganar como sucede hoy. Además, no teníamos las presiones que sufren los chicos ahora, y que tienen que ver con una cuestión económica. El fanatismo de los padres que se veía en Parque era generado sólo por el afecto hacia nosotros. Inclusive, las que armaban más líos eran las madres, enloquecidas por sus nenes. Era todo euforia. Recuerdo que los rivales más difíciles de la categoría 80 eran Gimnasia y Esgrima de Vélez Sársfield, donde jugaban todos los chicos que iban a las inferiores de Vélez, y Villa Real, un club que después abastecía a otros equipos. Me acuerdo de un partido del cuarto año de baby. Tenía 12 años, y habíamos llegado al final del campeonato empatados en puntos con Gimnasia, igual que la categoría 81. Ibamos a una final en cancha neutral, de Ateneo Popular de Versalles, que es bastante grande para lo que es el baby fútbol, y ese día explotaba de gente. Primero jugaba la 81, después un tercer puesto entre Gimnasia y Glorias Argentinas de la 82 y, por último, nuestro partido. Había 700 personas, en el lugar no cabía ni alfiler y a mis viejos no los dejaban entrar: tuvieron que mostrar los documentos para demostrar que su hijo iba a jugar, y recién ahí la gente que controlaba los dejó pasar. El partido terminó 5 a 2. Tuvimos que ir a ese encuentro porque nos habíamos caído en el último tramo del torneo. Y cuando todos pensaban que esa vez Parque perdía, nos repusimos y los pasamos por arriba. Fue una gran alegría remontar ese campeonato. Además, fue muy linda la previa de esa gran final, porque la vivió intensamente todo el club. Me acuerdo que la cancha de Ateneo era de parqué, y las de Parque son todas de cemento, así que cuando designaron esa cancha mi viejo y uno de los técnicos, Yiyo Andretto, aprovecharon que tenían buena relación con el presidente de Ateneo y lo llamaron para pedirle prestada la cancha para entrenar un miércoles o jueves a la noche. Pero ya se la había pedido la gente de Gimnasia, así que no hubo chance. A nosotros nos dio una bronca bárbara, porque lo vivíamos como si jugáramos la final de una copa del mundo. Y si esos equipos hacían reconocimiento de campo, nosotros también queríamos hacerlo. Así que faltamos todos al colegio para ir a entrenar un mediodía, en el único horario que Ateneo tenía libre. Esa famosa final tuvo un valor especial, no sólo por lo futbolístico. Había algo más fuerte que nos movía y que, todavía hoy estoy seguro, nos hizo ganar ese partido. El 92 fue un año duro para todo el club Parque porque fallecieron Tatín, el hermano de Ramón Maddoni, y José Batista, el papá del Checho y Bocha, que manejaba todo el fútbol en el club. José fue un tipo que significó todo para Parque: lo transformo como un club de fútbol, hizo muchísimo por él, y por eso el gimnasio hoy lleva su nombre, como un pequeño reconocimiento a todo su esfuerzo. Y Tatín era un tipo bárbaro que nos ayudó a todos los chicos de mi división, ya que teníamos una relación excelente. Después de la final, se hizo la entrega de premios en la fiesta de fin de año que organiza Parque. Una tarde antes de esa fiesta, en mi casa, me senté a escribir una especie de discurso que después leí en la fiesta. Y en el papel volqué todo lo que sentí el día de la final. En el medio de la premiación en el escenario, pedí el micrófono. Y dije que uno tiene que vivir una final como ésa para entender lo que se siente, y que todos nosotros sabíamos que no podíamos perder ese partido porque en nuestro equipo teníamos dos jugadores más: Tatín y José. Todos los que estaban ahí, los chicos, los padres, y los entrenadores, se emocionaron con lo que había dicho, porque era lo que todos sentían. Sé que algunos deben haber pensado que eso lo armó mi mamá o mi papá para que yo "sumara puntos" en Parque, pero les aseguro que no fue así. Los que realmente me conocen, saben que fue cosa mía. Aunque ese partido fue buenísimo, una de esas finales en las que se te da todo y en la que pesaron los mejores jugadores que nosotros teníamos, mi punto máximo en Parque fue el último año (1993), cuando jugaba de lateral sobre la izquierda en un equipo de cinco jugadores. Fue la temporada en que sentí un mayor reconocimiento. Yo no soy un jugador de hacer cosas distintas, que llame la atención a la gente, pero siempre me mato por darle todo al equipo y por ser el mejor donde sea. Por eso me mantuve cinco años de titular en Parque, que a nivel infantil es como jugar en la Selección. Nunca podré olvidar todo lo vivido en el club, al cual sin dudas puedo llamar MI CLUB. Yo voy a Parque y me encuentro con mi gente, por eso es que digo orgulloso que es mi segunda casa.